Como te conté en mi primera carta, a principios del 2022, después de 3 meses en Africa con el corazón hecho pedazos tras mi separación, postulé a una visa de estudio y trabajo para irme a Australia.
Pero como el mundo estaba recién abriendo sus puertas after covid, la respuesta de ese visado podría demorar. Por lo que, a modo de ley de atracción, me auto convencí de que ese visado sería aprobado sí o sí, y que debería esperar respuesta en un país cercano.
Y volver a Bali era algo que venía deseando desde el día que me fui, 10 años antes.
El 5 de abril del 2022 aterricé en Bali, sin saber que esta isla sería azotada por un huracán que pondría de cabeza mi vida, mis esperanzas y que volvería a abrir en mi corazón las heridas que tantos meses costaron sanar.
Su nombre es Serge, alemán, de 42 años, y de mirada dulce y corazón noble.
Lo conocí por Tinder, la app para conocer gente e irse de citas que tantos años critiqué. "Qué horrible que hoy la gente sea incapaz de conocerse a través de un coqueteo o cruce de miradas en un bar o en el supermercado", pensaba.
Pero en mis ganas de conocer gente, y no en plan romántico, sino en el querer hacer nuevas amistades, me descargué en mi celular la famosa aplicación.
Así fue como conocí a Sam, el belga; a Chris, el australiano; a un egipcio loco que casi me pide matrimonio después de la primera cita; y una vez en Bali, a Serge.
Fue mi primera cita en Bali...y la última.
Al ver su perfil, le di like, al ver mi perfil, me dio like...y ahí es cuando ocurre el "Match". Hicimos match y empezamos a hablar por interno. Nos dimos los whatsapps y comenzamos a chatear por ahí.
Él se encontraba en Nusa Penida, la isla vecina de Bali. Su happy place.
Yo, en el corazón balinés (Ubud, mi happy place) y al cabo de unos días él llegó donde yo me encontraba.
Bastó un whatsapp que cambió el curso de ese día flojo, de andar con una camiseta blanca manchada por el smothie bowl que me había zampado hace una hora atrás, a mediodía, hora que salía de mi ayuno de cada día.
"Estoy en Ubud" y me manda su ubicación. Para mi sorpresa, se encontraba a unos 400 metros de mí. y le respondí “juntémonos a comer en el Sun Sun Warung a las 18:30”.
Como no me daba el tiempo para ir a mi casa, cambiarme y volver al centro, fui por ahí a comprarme un vestido bonito, de espalda descubierta...vale decir, sin sostén.
Sin maquillaje. Sin tacones. Pero con la sonrisa y el corazón de par en par.
Llegué antes de la 18:30 y pedí mi sagrado jugo de Piña Jenjibre.
-"Mucho jenjibre! Que esté picante por favor!"
De pronto, puntual como imagino a todos los alemanes, llegó él.
De camisa de lino blanca que resaltaba con su bronceado, recién duchado, olía a campo de tulipanes de Holanda.
De cabellos plateados y "margaritas", esos hoyuelos en las mejillas que se dibujan cuando sonríes. De mirada profunda, nerviosa y honesta, en unos ojos color dulce de leche.
Sólo una vez en mi vida había sentido ese amor a primera vista que ya había visto antes, pero en películas. Me había pasado con J, mi ex marido, cuando lo vi por primera vez el día de mi primera práctica de yoga de mi vida.
Catorce años después, y tras nuestra reciente separación, creía que jamás volvería a sentir algo así de fuerte. Y me volvió a pasar esa tarde de abril del 2022 en Bali, con S, el alemán que trajo de vuelta toda la esperanza que yo había perdido en el amor.
No me saludó como nórdico frío. Fue entre beso en la mejilla y un abrazo. La parte del abrazo yo creo que fue reflejo de mi cultura latina y patudez vestida de "acción inocente", cuando en el fondo fue coqueteo puro desde el minuto cero de la primera cita.
Me encantó. Su energía hizo "match" con la mía desde su "nice to meet you" y mi "finally", como queriendo decirle "al fiiin te conozco oye".
Nos sentamos en la mesa que estaba reservando con mi vida en ese restaurante que suele tener reservas con antelación.
Él se pidió, por supuesto, una cerveza.
Ordenamos nuestros platos para compartir y comenzó un diálogo donde los celulares no estaban invitados a la mesa. Su forma de escucharme, sus historias de viajes por países que pocos han visitado como Omán y Madagascar. Su historia con la chica a la que pagó sus estudios y la impresión de su parte por compatir una vivencia tan similar como la de mi historia con Lakisha, esa niñita de Uganda que depende mí para comer y estudiar.
Cómo me miraba. Cómo lo miraba yo. Estábamos sentados en cada extremo de la mesa. Para besarnos, hubiésemos tenido que tirarnos sobre ésta. Pero cuando llegó la comida, nos sentamos uno al lado del otro, mirando hacia la terraza donde se encontraban el resto de los comensales.
Mientras probábamos ese curry y ese nasi campur (típico plato indonesio) el coqueteo era descarado. Yo mojaba mis labios con saliva, él miraba mi boca como si fuese un cherry irresistible. Cuando llegué a pensar "este alemán se está demorando mucho en darme un beso", esperé a que tragara su comida y me lancé con todo.
El beso fue corto pero intenso. Me retiré antes de los 5 segundos de su boca y lo miré con cara de "Sorry, not sorry" y le dije "disculpa pero me dio la sensación de que tú también querías darme un b..." y me besó más apasionadamente aún. No soy de dar besos apasionados en lugares públicos, pero en ese momento éramos él y yo, no había más gente en ese restaurante que nosotros. Yo estaba como si la comida que acababa de tragar venía drogada. Estaba frente al segundo hombre que ha logrado llevarme de viaje a las nubes con un solo beso.
Después de la cena caminamos por el oscuro sendero que conduce a mi casa. Atravesamos 25 minutos a pata el Campuhan Ridge walk, iluminando el camino con la luz del celular. Así de oscuro estaba. Él se portó como un caballero. Al llegar a mi casa, nos despedimos de un beso y yo quise evitar que entrara, porque ambos sabíamos lo que iba a pasar.
Se fue por el mismo camino.
Al día siguiente me invitó a pasar la tarde con él en el espacio donde se estaba alojando. Un co work space super cool que es hogar de nómades digitales.
Esa tarde -y noche- hablamos de nuestras ex relaciones. Así como para mí era J, para él era Ayleen. Aún presente en su vida y habiendo terminado -hace un año- en buenos términos. Una relación larga e importante.
Según él, con Ayleen estaba totalmente superado, pero que después de ella había estado con Sarah, de quien no alcanzó a enamorarse, y a quien describía como una chica que tenía problemas de salud e inestable. Pero era una historia reciente. Con Sarah se había terminado todo hace 2 meses, y él se fue a Bali.
Pero cuando yo le pregunté si estaba emocionalmente disponible, dijo que sí. Y eso dejó mis expectativas por el cielo.
Pasamos a la tercera cuarta y décima cita. Ya habíamos pasado varias noches juntos. No voy a entrar en detalles, pero nuestra química sexual era de no creer. Yo ya estaba mal acostumbrada a recibir un mensajito tierno o subidito de tono de él cada día.
Pero de un día para otro, frío.
Por whatsapp le pregunté directamente qué le pasaba, que lo notaba distante.
Y fue ahí cuando se me congeló la sangre. Cuando escuché ese audio que decía:
"Te acuerdas de Sarah?, pues me escribió diciendo que está muy mal y que necesita venir a Bali a sanar”.
Según él, estaba confundido. Que estaba loco por mí, pero Sarah lo necesitaba.
La esperanza… Sangrando otra vez.
Mi corazón, ni hablar.
Y cuando andas en esos días en que la asignatura de empatía no la apruebas, tienes reacciones secas como éstas:
"Ah, pues mucha suerte" / "Un gusto haberte conocido" / "Te deseo lo mejor".
Por primera vez en mi vida estaba experimentando algo que no me gustó NADA sentir: Celos.
Él esperaba otra respuesta, y me lo hizo saber. Yo también puse mis cartas sobre la mesa, y le hice saber que yo no era segunda opción ni de Brad Pitt, y que no iba a estar en medio de ellos. Que si Sarah venía es porque él lo permitió, y de ser así, pues yo le deseaba toda la felicidad si él quería intentarlo de nuevo con ella . Y dejarlo libre fue el acto de amor más grande que he hecho por alguien, aun asumiendo el riesgo de perderlo para siempre.
En ese instante pude empatizar pero no con Serge, sino con mi ex marido. Porque él casi un año atrás había hecho lo mismo en pro de mi felicidad: Soltarme. Dejarme ir. Sabiendo que en Chile no era feliz y que si vivía allí era por él, y que algún día el elástico se cortaría y cada extremo nos daría un golpe duro a cada uno, como suele suceder en relaciones que estiran a la fuerza algo que ya no encaja.
Ahí, hablando esa noche por whatsapp sobre Sarah, tuvimos nuestra primera discusión. Estaba enojada y quería mandarlo a la mierda por su incapacidad de decirle a Sarah que me conoció y que no viniera con la ilusión de retomar lo que ya estaba hundido. O tal vez aún estaba viva esa chispa entre ambos, y era eso lo que realmente me molestaba, dolía y asustaba. El punto es que no fui amable ni empática.
Al día siguiente quedamos de juntarnos en la tarde.
Camino a su encuentro, recordé al pasar frente a una cafetería francesa que a S le gustaban mucho los croissants. Pasé a comprar dos: uno sin y otro con chocolate (para irme a la segura) y al llegar a su habitación le pasé el paquete con mis "Sorry croissants". Fue mi forma dulce de disculparme por ser tan egoísta. Sabiendo que mi exceso de empatía me dejaría descalza en toda esta historia.
Fuimos a comer y después terminamos cantando canciones de fogata con unos indonesios hippies en un bar.
Seguía sintiendo que existía algo poderoso e indestructible entre ambos. De alguna forma, también percibía que él sentía lo mismo que yo.
Sin embargo, días después y tras un cambio repentino en la calidad y cantidad de mensajes que nos enviábamos, y porque sentí que ya estaba todo perdido, decidí apartarme y dar vuelta la página bloqueándolo en whatsapp.
Yo estaba triste a más no poder. Lo extrañaba horriblemente. Así que, para no quedarme en casa lloriqueando, quedé de juntarme a almorzar con Jannah, otra alemana a quien conocí en un grupo de redes sociales de chicas en Bali.
Quedamos de juntarnos a las 12:30 y un pequeño malentendido y falta de conexión mía hizo que nos encontráramos a las 13:00 hrs.
Esa media hora de diferencia, y no contar con internet en mi teléfono hizo que las coordenadas del destino hicieran toda su magia.
Nosotras íbamos caminando por la entrada de Ubud, justo cuando él saldría en taxi pasando por la misma cuadra. Me vio desde su taxi, y según lo que me contó después, le pidió al taxista que parara pero éste no pudo por el tráfico.
Ese día después de almorzar con Jannah, yo había quedado de juntarme a tomar una copa de vino con otro "match" de Tinder con quien nunca me había juntado porque había conocido a S.
Y mientras estaba en la peor cita de mi vida, S me escribió desde su segundo celular: "No me vas a creer pero hoy iba saliendo de Ubud y fuiste la última persona que vi...Ibas con una chica colorina". “Por favor no me bloquees. Necesito verte otra vez”.
Y yo leo esto desde el restaurante de la cita del terror, frente al hombre más desagradable que he conocido en mi vida.
El mensaje me dejó en otra frecuencia. Le dije a mi cita (en inglés) "Me voy. Esta es la peor cita EVER. Eres el tipo más arrogante y narcicista que he conocido en mi vida. Adiós!"
Y aproveché de decirlo fuerte para dejarlo en vergüenza y para que escuchara la mesera que nos atendió, que minutos atrás fue muy mal tratada por ese idiota.
Me paré y me fui adoptando la sonrisa diabólica de alguien que se tomó 2 copas de Malbec argentino sin pagar.
Como siempre, no tenía tarjeta sim y fuera de zona con wifi quedaba incomunicada, caminé un par de cuadras y me metí a un café. Me volví a conectar. Leí por octava vez su mensaje. Me decía además que se fue por unos días a un resort a jugar golf, pero que volvería a Ubud pasado mañana. Yo al día siguiente me iba a Nusa Penida, también por un par de días.
Su interés en verme de nuevo era evidente. El mío también.
Lo nuestro era mucho más que una atracción física.
Habíamos conectado en todos los niveles y contextos posibles. Y eso hacía más difícil que uno de los dos renunciara al otro. Al menos yo, ya había pasado ese punto de no retorno en cuanto a lo enganchada que estaba de él. No quería soltarlo. Me aterraba perderlo. Pero aun así, seguía pensando que el amor de verdad no ata, sino que te da libertad. Si él quería estar conmigo, entonces que fuese por decisión propia y no bajo ninguna presión.
Seguía estando en pie su encuentro con Sarah.
Y yo de tanto ponerme en sus zapatos, efectivamente me estaba quedando a pata pelá.
Estaba en Nusa Penida y él en su resort jugando golf cuando tuvimos una fogosa conversación de nuestras ganas de vernos de nuevo.
Yo llegaba mañana a Ubud… él también.
Esta vez los términos y condiciones los ponía yo:
- En mi casa. No me dejes dormir en toda la noche.
- "Best terms and conditiones ever" dijo él. Excitado por mis términos y condiciones.
Al día siguiente nos reencontramos otra vez. A una cuadra de mi casa, afuera de mi warung (restaurante local) favorito. Llevábamos 8 días sin vernos que al menos para mí se sintió como un mes.
Y así como yo en su momento llegué con unos sorry croassins, esta vez él llegó con un Chardonnay bien helado, tal como a mí me gusta.
Con ese gesto olvidé hasta por qué lo había bloqueado.
Ah. Sarah.
Y después de la comida fuimos a mi casa. Menos mal no tengo vecinos sino hubiésemos recibido quejas, una deportación…o aplausos.
Después salimos a caminar. Estaba todo bien. Nos caímos a un hoyo oscuro en la calle, morimos de risa con las piernas embarradas hasta las rodillas. Pero salió ella en la conversación.
Sarah. El huracán que se lleva la calma.
Y basta con que su cabeza interfiera demasiado y choque con lo que siente su corazón para que todo se ponga patas arriba.
Volvimos a mi casita pero su energía había cambiado.
Le dije que era libre de irse si no quería quedarse. Que se olvidara de los términos y condiciones si en verdad le incomodaba estar ahí. Tal vez lo dije con la certeza de que se quedaría.
Pero se fue.
Me sentí humillada y con una tristeza que solo sientes cuando empiezas a darlo todo por perdido. Creo que no existe un adjetivo que califique mi estado y mis emociones. Porque pocas veces en mi vida he llorado de esa forma, como lo hice esa noche.
No lograba entender su cabeza. Como buen alemán, él no era muy amigo de expresar con palabras sus sentimientos.
A diferencia mía. Tan latina. Tan apasionada. Tan de demostrar todo con acciones y palabras.
Esa noche, antes de irse, estábamos en la cama mirándonos con una cara de amor que yo pocas veces he sentido de forma tan intensa y recíproca.
Y le dije que lo quería.
Pero en inglés se dice de una sola forma: "I love you". Frase que podría hacer que el receptor salga arrancando hasta Mongolia.
Y entre un "Te quiero" y un "Te amo" hay una gran diferencia.
Estaba segura que lo quería...y no quería reconocer que, por muy pronto que fuese, también me estaba enamorando de él.
Mierda. Me estaba enamorando del alemán!
A veces, lo que más quieres evitar en tu vida, te encuentra y te da un cachetazo. Yo no quería volver a sentir.
Estaba aterrada. Porque volver a amar implicaba volver a decir adiós, era volver a sufrir. Y yo ya había sufrido demasiado. Mi corazón convaleciente no daba para otro golpe. Me sentía como una persona mayor recuperada de un infarto. Si venía otro, podría llevarme a la tumba.
Y yo quería VIVIR (sí, en mayúsculas y negrita)
Pero si quería vivir en mayúsculas, ¿no era contradictorio acaso dejar el amor afuera? Y ahí fue que comprendí la frase “vale la pena”.
Amar vale la pena, y aunque éste te dé alegrías, nada es para siempre. Y, aunque algún día se vaya todo al carajo, el amor vivido va a haber valido la pena. Esa pena que tarde o temprano pasa.
Porque aunque el dolor queme hasta los huesos, pasa.
Estaba a punto de cumplir 3 meses en Bali, cuando la esperada respuesta de mi visado de Australia llegó.
VISA GRANTED.
Tere, quien me había ayudado en la aplicación, me escribió por whatsapp:
-“Estás despierta?”
Y como pájaro madrugador, a mis 6 am ya llevaba una hora fuera de mi cama.
-“Sí”, le respondí.
Me llamó para darme la noticia que venía esperando hace meses.
-“Me acaba de llegar la aprobación de tu visado”
Y yo en vez de celebrar, quedé congelada.
-“Pame, estás ahí?, me escuchaste? Aprobaron tu visa webonaaaa!”
-“Sí, aquí estoy”.
Mi cara dibujó una sonrisa asustada. Propia de alguien que se iba a vivir a un país carísimo, sin ahorros, sin apoyo, sin contactos en destino, y sin saber siquiera en qué rubros laborales se centraría mi búsqueda de trabajo.
Por si fuese poco, llegar a Australia significaba dejar Bali, el único lugar del mundo que me ha hecho sentir que AHÍ ES.
Y dejar Bali significaba despedirse de la paz, el clima rico, los precios baratos, las ofrendas que hacía cada mañana junto a Madé, las caminatas entre arrozales cada amanacer y atardecer, y esos paisajes de ensueño donde a escondidas vivimos con S nuestra historia de amor.
La dualidad de mis emociones se peleaban entre el querer saltar en una pata de felicidad por la visa aprobada, y echarme a llorar sobre mi cama por tener que irme de mi happy place. Además mi intuición, que pocas veces falla, me decía a gritos que iba a ser duro, muy duro mi paso por Australia.
Traté de liberar mi mente de preocupaciones futuras y me senté a meditar para conectar con el presente y con lo que necesitaba AHORA. Y mi cuerpo me pedía lo único que no tiene Ubud: Playa.
Compré mi vuelo a Melbourne y llegaría a Australia en dos semanas. Así que decidí con el dolor de mi corazón, despedirme de Madé, la señora maravillosa que me arrendó la casa, que ya sentía como MI casa, y a quien ya sentía como mi amiga y mamá, lejos del nido.
Y partí a la costa para volver a ese lugar que hace 10 años nos hizo hasta buscar terreno con mi ex en tierra Indonesia: Las islas Gili. Un trío de islitas compuesto por Gili Trawangan, Gili Meno y Gili Air. Esta última fue la que no conocimos esa vez.
Llegué a Gili Air un lunes. Siendo la única mochilera triste rodeada de un mar de gente de sonrisas vacacionales. Pensaba que nunca más vería a S y eso borraba en mí toda la gratitud y felicidad que DEBES sentir si vas llegando a una islita de arenas blancas y aguas turquesas.
Él ya estaba demasiado lejos, al este de Indonesia, y el fin de semana llegaría el huracán Sarah.
Y yo, que era mi propio refugio, me sentía en pelotas, sin techo, vulnerable, rota.
Pero ese día me escribió preguntándome dónde estaba.
-“Acabo de llegar a Gili Air. Aprobaron mi visa de Australia. Me voy en dos semanas”.
Sus “Te extraño con locura” y “Muero por verte” me derritieron.
Pero nada cambiaba el curso de ese huracán que llegaría a Bali el sábado.
-“Sarah llega el fin de semana” “Me creas o no, esta no es ni será una luna de miel” “Ella no está bien y me necesita”. “Voy a Gili a verte. Necesito verte. Llegaré mañana en el primer ferry”.
Esa noche no pude dormir.
Al día siguiente figuraba en el muelle de Gili Air como un perrito con dos colas esperando a S que había viajado todo un día y noche tras un vuelo, taxi de horas y dos ferries a mi encuentro.
Mi corazón bailaba samba mientras ese barco chiquito se hacía cada vez más grande.
Y aunque mis ojos vean hoy borroso a medias y largas distancias, supe perfecto quién era en ese mar de gente que estaba llegando a la isla más chiquita de las Gili.
Llevaba la misma camisa blanca de lino que usó en la primera cita.
La misma sonrisa, con esas margaritas en sus mejillas.
Su cara de “aquí estoy, soy todo tuyo hasta el viernes” hizo que la samba de mi corazón entrara en modo carnaval.
Se bajó, caminé hacia él, me abrazó como si hubiéramos sobrevivido a un tsunami.
Me besó como si no hubiera gente alrededor, o mejor aún, como si no existiera un mañana.
Caminamos 3 minutos rumbo a mi cabaña maravillosa que se situaba frente a esos turquesas que presume el mar indonesio.
Después de nuestro fogoso reencuentro, me contó que se iría a fin de mes, cuando yo ya llevaría 2 semanas en Australia. Pero su vuelo no llegaba directamente a Alemania, sino a España, porque tenía un matrimonio de un amigo de la vida en Mallorca.
“Mmmm…un amigo de la vida? Osea que a ese matrimonio irá Ayleen”, pensé.
Y como estoy poniendo en práctica en mi vida, no quise suponer y le pregunté.
Efectivamente.
Ayleen, su ex con quien estuvo a punto de casarse, y con quién vivió por años, y a quien no veía, según él, hace un año, estaría a fin de mes en Mallorca. Y así como todo el mundo que va a un matrimonio, guapo, bien vestido, él iría solo y ella también.
Esto no pinta nada bien, me gritaba desde las entrañas esa vocecita interior a la que llamamos intuición.
Pero esa voz interna también era mi síndrome del impostor. Ese que cada tanto desinfla mi entusiasmo.
No quise que el impostor bastardo ese arruinara mis últimos días en Indonesia, junto al hombre que había conquistado mi corazón, aun sabiendo que este corazón quedaría hecho polvo el día que se fuera.
“Ya estamos aquí. Vivamos esto hasta explotar de amor”, me dije a mí misma.
Y eso pasó…
Exploté (explotamos) de AMOR.
Nunca se me va a olvidar ese miércoles en el que decidimos ir a un bar a tomarnos unos shakes de honguitos mágicos.
Sí, hongos alucinógenos. No disfracemos la verdad con palabras mágicas.
Tuve que drogar al alemán para que su alemanidad fría saliera a flote.
No, mentira. Lo hicimos porque queríamos reírnos a tope y ver los colores del atardecer más intensos aún.
Y nos reímos a más no poder, pero también se nos cayeron unos lagrimones.
Sí, la alemanidad fría salió a flote igual.
Nos recostamos sobre la arena, a metros del agua. Apoyé mi cabeza sobre su pecho y su corazón bailaba la misma samba que el mío bailó en modo carnaval el día que él llegó a la isla.
El corazón no miente, pensé, y aunque dentro de su nórdica frialdad cultural, nunca haya sido capaz de decir lo que sentía por mí, de alguna forma lo hizo cuando yo le dije “yo sé que tú no sientes lo mismo que yo, pero…” y me interrumpió con los ojos empapados en lágrimas con un “deja de decir eso que no es cierto” “No tienes idea todo lo que siento por ti”.
¿Y cómo saberlo si no soy vidente? Uno no puede adivinar ni suponer lo que el otro siente o piensa. Y eso es justamente lo que me hace sentir fuera de este planeta. Que no encajo en un mundo donde enrolla tanto hablar de sentimientos y expresarlos en palabras.
Pero esa noche me conformé convencida de que “las acciones dicen más que mil palabras”.
A S. le asustaba decir cualquier cosa que dejara en talla XL mis expectativas e ilusiones.
Pero yo sentía que tenía una biblioteca de palabras y frases guardadas que nunca me dijo y que yo tuve que aprender a descifrar a través de sus acciones y miradas.
El efecto de los honguitos duró varias horas, y antes de que se fuera, nos fuimos a descansar.
Pero de camino a la cabaña nos volvimos a sentar en la playa.
Los sonidos del viento, de unos pájaros y del suave oleaje que besaba la orilla se sentían muy intensos.
Una estrella se veía como un planeta gigante arriba de nuestras cabezas. Yo de pensar demasiado en que mi capítulo Baliterapia estaba por llegar a su fin, y que en 10 días llegaría a Australia, a su invierno, a sus altos precios, sin plata y con la presión de buscar hogar y trabajo en tiempo record, y más encima a estudiar, hizo que se me cayeran las lágrimas sobre la arena.
-“Estás bien?”
Silencio.
-“Qué te pasa?”
Y la pregunta que revoloteaba en mi cabeza en ese instante la verbalicé:
-“Crees que sea buena idea irme a Australia?”
Y me respondió con una frase que siempre ha reflejado mi filosofía de vida:
-“If you never try, you´ll never know”
(Si nunca lo intentas, nunca sabrás)
Y mis lagrimales reclamaron su libertad de expresión.
Tenía razón, pero igual estaba aterrada.
Me abrazó y besó los miedos. Me dijo que todo iba a estar bien. Y yo me repetía en voz alta, como tratando de auto convencerme de algo que no creía posible “Todo va a estar bien”, “Todo va a estar bien”.
Esa noche se quedará en mi piel para siempre. Extrañaba sentir un abrazo sin juicios ni preguntas que pusieran en duda mis próximos pasos.
Después de todo, si salía mal, el mundo era amplio para mí. No estaba en la obligación de volver a un lugar que no me pertenece. Estar sola me hacía sentir tan a la deriva como libre. Y esa sensación de no tener que cumplir las expectativas de nadie es tal vez mi definición de libertad.
Vivir mi vida bajo mis propios términos y condiciones.
Porque al final, más aterrador me parecía dejar de vivir algo por miedo, y después echar la vista atrás preguntándome qué hubiera sido de mi vida si me hubiese atrevido.
Si algo sale mal, tengo la inteligencia, el coraje y la libertad de comenzar de nuevo.
Sí. Comenzar de nuevo. No de cero. Decir comenzar de cero supone que todo el camino ya recorrido no sirvió de nada. Y yo soy fiel creyente de que si algo no resulta, al menos quedó el aprendizaje.
Si al final la vida es eso: una constante prueba y error.
(Por supuesto que esta historia continuará)
Me muerooo 🥹🫶 Me hacen tanto sentido muchas palabras, frases e incluso párrafos sobre un amor de viaje que comienza en tinder...que difícil debe haber sido Australia...lo buenos es que sabemos que la historia continúa bien 🥰